SALUD

Si tienes esta marca en el brazo: eres de Latinoamérica, vasco o tienes más de 40 años

Miriam Méndez

Madrid |

Si tienes esta marca en el brazo: eres de latinoamerica, vasco o tienes más de 40 años | Pixabay

Al alzar la manga, lo primero que llama la atención es ese pequeño óvalo rojizo, apenas perceptible, que reposa en tu piel y dista de ser un lunar más: es la huella de una vacuna mil veces debatida, mil veces celebrada. La BCG contra la tuberculosis te marcó sin pedir permiso y hoy, décadas después, revela tu historia: si la llevas, muy probablemente seas mayor de cuarenta años, naciste en Latinoamérica… o formas parte de la curiosa excepción vasca que aún la administra.

El origen de un estigma protector

A principios del siglo XIX, cuando la ciencia apenas había dado sus primeros pasos en el ámbito de la inmunología, España protagonizó un hito que cambiaría, de manera permanente, el rumbo y el destino de la salud pública: en 1800, las autoridades sanitarias inocularon por primera vez la vacuna contra la viruela.

Lejos de ser un acto obligatorio, aquella decisión respondía a las urgencias de una enfermedad que, de forma periódica, arrasaba poblaciones enteras, dejando tras de sí miles de víctimas. Durante más de un siglo, la viruela cobraría entre 2.000 y 7.000 muertes anuales en España, hasta que la Administración, no sin resistencias sociales y burocráticas, la convirtió en una medida oficial en 1903. Aquella vacunación pionera sentó las bases de una política sanitaria que alumbraría décadas más tarde la masiva lucha contra otras epidemias.

Pero el verdadero impulso que llevó a dibujar un nuevo mapa de la prevención llegó en 1944, con la aprobación de la Ley de Bases de la Sanidad, actualmente conocida como la Ley General de Sanidad. Ante el resurgir de brotes de difteria y tuberculosis, y en plena posguerra, el Gobierno dispuso la obligatoriedad de inocular a toda la población frente a dichas enfermedades infecciosas, y reforzó la extensión de la vacuna BCG (Bacilo de Calmette-Guérin) contra la tuberculosis.

Fue precisamente ese el momento en que, lo que hasta entonces había sido un privilegio urbano y hospitalario, se convirtió en un derecho y un deber ciudadano. Las filas en los centros de salud, las carpas instaladas en plazas mayores y el goteo constante de agujas en los brazos de miles de niños y recién nacidos empezaron a dejar una huella indeleble: la famosa cicatriz de la BCG. Décadas de inoculaciones masivas probaron su bondad: las tasas de tuberculosis infantil se hundieron, y la sombra de la difteria y la viruela comenzó a disiparse.

Sin embargo, la historia de los estigmas protectores tiene un final anunciado. En 1979, tras medio siglo de combate sin cuartel, España celebró uno de sus mayores logros sanitarios: la erradicación oficial de la viruela. Con ese título bajo el brazo, el Ministerio de Sanidad inició la retirada paulatina de la vacuna BCG del calendario infantil. Cataluña, siempre adelantada en materia de salud pública, fue la primera en decir adiós a la inoculación sistemática en 1974; el resto del país siguió el mismo camino en 1980.

Así es la cicatriz que cuenta batallas

De acuerdo con la Agencia Estatal del Medicamento y Productos Sanitarios (AEMPS), cuando el personal sanitario introduce la vacuna BCG, lo hace con una precisión casi artesanal: una jeringa muy pequeña y una aguja muy fina para inyectar solo una gota de la mezcla. En los niños mayores de un año y en los adultos esa gota equivale a 0,1 ml, y en los bebés menores de un año, a la mitad (0,05 ml). Dentro de esa gota hay un bacilo vivo, pero debilitado, que sirve para activar tus defensas sin causarte la enfermedad.

La inoculación intradérmica, en la región superior del brazo (deltoides) o el muslo, es casi imperceptible, pero desata un proceso que durará meses: a las dos o tres semanas emerge una pápula eritematosa, a menudo ulcerada, que supura brevemente antes de formar una costra. A finales del segundo o tercer mes, la lesión cura dejando un óvalo firme, un testigo táctil de la inmunidad que se fraguó bajo tu piel.

Esa cicatriz —entre 2 y 6 milímetros, a veces apenas perceptible— es la única prueba visible de la inmunidad silente (protección que el sistema inmunitario construye de manera discreta), que protegió a generaciones enteras frente a la tuberculosis. En España, la BCG (0,75 mg/ml en polvo y disolvente) mostró su eficacia tras convertirse, en 1944, en vacuna obligatoria junto a la de la viruela y la difteria, y prevaleció hasta su retirada del calendario infantil en 1980 (1974 en Cataluña). Hoy, quienes lucen ese distintivo en el brazo o la pierna son testigos de un pasado en que la tuberculosis cobraba miles de vidas al año.

Más allá de la marca, la BCG sigue viva en recomendaciones selectivas: se administra a trabajadores sanitarios en continuo contacto con pacientes tuberculosos, a niños con riesgo epidemiológico y, desde julio de 2023, en el País Vasco para menores de cinco años con factor de exposición.

La ficha técnica de este medicamento recuerda que, aunque rara vez causa fiebre o malestar, el pinchazo puede ir acompañado de dolor leve, prurito y linfadenitis axilar. Las reacciones adversas graves son excepcionales —osteítis (inflamación del hueso), abscesos (acúmulos de pus en tejido) , adenitis supurativa (inflamación de los ganglios linfáticos con formación de pus)— pero obligan a una vigilancia mínima de 15–20 minutos tras la inyección.

¿Quiénes tienen esta marca en el brazo?

Álvaro Fernández, conocido farmacéutico y creador de contenido en TikTok (@farmaceuticofernandez), con más de 3,4 millones de seguidores en la red social china, desvela quiénes tienen todavía la huella de esta vacuna y en qué lugares han nacido.

Por lo tanto, si hoy rozas tu brazo y encuentras ese óvalo firme, es muy posible que formes parte de la generación de españoles nacidos entre los años 60 y finales de los 70. Hasta 1980, y desde 1974 en Cataluña, la BCG se administraba de forma sistemática a los recién nacidos en todos los centros de salud, colegios y puestos de vacunación de barrio. Millones de niños vivieron el ritual del “pinchacito”, a menudo bajo la atenta mirada de sus madres, para defenderse de una tuberculosis que aún cobraba sus víctimas. Esa cicatriz es el legado físico de una política de salud masiva que logró reducir drásticamente la mortalidad infantil por esta enfermedad.

También, en gran parte de América Latina, concretamente en México, Argentina, Perú, Chile y Colombia, la BCG siguió el calendario vacunal varias décadas más que en Europa. De hecho, en muchas ciudades, la vacuna era algo tan habitual como la rutinaria visita al pediatra: clínicas abarrotadas, campañas en plazas públicas y filas al amanecer para recibir la dosis protectora. Por este motivo, los nacionales de las citadas regiones que actualmente, residen en España, conservan, sin saberlo, ese distintivo; un simple vistazo al antebrazo puede revelar su origen y la historia de una infancia marcada por la prevención frente a la tuberculosis.

No obstante lo anterior, a comienzos de julio de 2023, Osakidetza (el sistema de salud público vasco) volvió a incluir la vacuna BCG en su calendario para niños de hasta cinco años con alto riesgo epidemiológico y social, tras constatar un ligero repunte de tuberculosis y, en particular, de cepas multirresistentes en la Comunidad Autónoma del País Vasco.

Según informa el comité asesor de vacunas de la Agencia Española de Pediatría (AEP), esta medida selectiva responde a un análisis detallado de datos: en 2019 Euskadi notificó 246 casos de tuberculosis, con una tasa de 11,24 por 100.000 habitantes, cifra que descendió a 8,34 en 2021 pero mantuvo focos de incidencia preocupantes. Además, la notificación de tuberculosis multirresistente y extremadamente resistente alcanzó 0,23 casos por 100.000 en 2022, muy por encima de la media nacional de 0,12. El programa vasco se dirige exclusivamente a tres grupos.

En primer lugar, niños nacidos de familias procedentes de zonas de alta incidencia, donde la tuberculosis supera los 50 casos por 100.000 habitantes, para asegurar que esa vulnerabilidad de origen quede compensada en su infancia.

En segundo lugar, convivientes con pacientes bacilíferos, es decir, aquellos que tienen la bacteria de la tuberculosis en sus secreciones respiratorias, dado el riesgo de transmisión intradomiciliaria, clave en la prevención de cadenas de contagio.

Finalmente, los menores en situación de exclusión social, ya que el acceso irregular a diagnóstico y tratamiento eleva la peligrosidad.

Desde la suspensión de la BCG masiva en 2013 —motivada por la baja incidencia general y las dificultades de suministro— hasta su reintroducción en 2023, Osakidetza ha reforzado sus protocolos de vigilancia epidemiológica y abastecimiento de dosis. Por este motivo, la vacunación se realiza en los centros de Atención Primaria, con dosis intradérmicas de 0,05 ml en menores de un año y 0,1 ml en niños mayores, siguiendo la técnica recomendada para garantizar la correcta formación de la pápula y la consiguiente cicatriz protectora. Los objetivos son claros:

  • Evitar las formas más graves de tuberculosis infantil (meningitis y tuberculosis miliar), que la BCG previene de manera más efectiva en la primera infancia.
  • Interrumpir la transmisión de cepas resistentes, frenando nuevos contagios en el núcleo familiar y comunitario.

Osakidetza ha establecido una evaluación a dos años para monitorizar la evolución de la incidencia en menores de cinco años, el éxito del programa y la frecuencia de posibles reacciones locales (linfadenitis, úlceras prolongadas), con el fin de ajustar, ampliar o discontinuar el esquema según los resultados obtenidos.

Finalmente, también existen determinados colectivos profesionales que mantienen este escudo inmunitario: personal de laboratorios de micobacterias, profesionales de unidades de enfermedades infecciosas y técnicos en salud pública que manipulan cepas de tuberculosis resistentes. Para ellos, la vacuna no es un recuerdo del pasado, sino una garantía activa: cada dosis de 0,1 ml intradérmica sigue vigente como medida de protección adicional, especialmente en entornos donde la exposición a la bacteria es continua.

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